domingo, 24 de mayo de 2009

SER ALFONSINISTA

Fue allá por septiembre de 1982. Era una noche de viernes en el porteño barrio de Mataderos. Si mal no recuerdo fue en la puerta del local que conducía el ex diputado nacional, hoy fallecido, Liborio Pupillo en la calle Larrazábal.
Fue el primer acto público en que vi en vivo un discurso de Raúl Ricardo Alfonsín.
Lo recuerdo como un hito muy importante en mi vida. Luego de tanto escarnio, muerte, humillación y violación sistemática de la condición humana; escuchaba a alguien hablar de libertad, derechos humanos, democracia, dignidad, ética, solidaridad, respeto.
Para mí era algo mágico, alucinante, sensible, revelador. Eran palabras que mi espíritu joven necesitaba escuchar, interiorizar, atesorar.
Me conmovía hasta las lágrimas, esa oratoria libertaria, entrañable, cargada de esperanza y horizontes de paz.
Solo en mi búsqueda, lo empecé a seguir cada vez que me enteraba que hablaba en la Capital o en algún lugar del Gran Buenos Aires. Cada acto me regocijaba un poquito más el espíritu. Abría mi mente hacia lugares iluminados, transparentes, creativos, felizmente desconocidos.
Luego de un par de meses ya no estaba solo: amigos, novia, conocidos y parientes me empezaron a acompañar a escuchar a Raúl. Ya hasta nos parecía uno de nosotros.
Su figura crecía y mi fascinación se acrecentaba a la par. Los primeros actos fueron inolvidables. No más de cincuenta o sesenta personas rodeando una pequeña tribuna barrial. Nos daba la indeleble imagen de que el discurso era casi de entrecasa, personal, de Raúl a cada uno de nosotros.
Luego lo cosa fue creciendo, apareció la liturgia radical y los actos se despersonalizaron, se masificaron, se hicieron multitudinarios, pero sin perder la mística; cargados de la pasión y el calor que Alfonsín trasmitía con su sola presencia. Él fue la humanización de la palabra expresada desde una tribuna popular.
Conocida su muerte, mis hijos me veían llorar, y creo que no entendían muy bien cómo podía lamentar tanto a alguien que no me unía una relación de amistad estrecha o parentesco directo. Lo que ellos no llegaban a comprender es que los que lo tuvimos a Alfonsín como modelo de vida, él nos cambió la existencia.
Sin ninguna duda marcó, por lo menos para mí, un antes y un después. Y sé que no sólo en mi caso fue tan trascendente, conozco a algunas personas que el haberlo escuchado en algún acto de esa época hasta los ayudó a salir de algunas adicciones. Para todos Alfonsín fue alguien providencial.
Me impresionó ver en su funeral a dirigentes que se “volvieron a humanizar” ante tan irremplazable pérdida. Sólo un líder de su dimensión puede lograr estos “milagros” partidarios.
Enrique Nosiglia dijo, en uno de los discursos en la Recoleta, que al lado de él habían aprendido a ser mejores personas. No tengo dudas que así fue.
Entre tanta tristeza algún desubicado me quiso cuestionar a Alfonsín por tal o cual error político cometido, y simplemente le expliqué que yo admiraba a Raúl Ricardo Alfonsín porque lo consideraba, fundamentalmente, una persona con una elevada condición espiritual. El mejor de una generación, como bien lo expresó el presidente de nuestra Honorable Convención Nacional, Hipólito Solari Yrigoyen.
Le dije que para mí el ex presidente trascendía con creces su estatura política, que en mi opinión era inmensa, porque se había convertido en un referente humano, lo que era mucho más importante.
Él fue una esperanza real para los que pensamos que la política es una de las herramientas más formidables que nos dio la creación del hombre para servir al pueblo, para elevar, y enaltecer, la condición humana.
Los que empezamos a militar en este centenario partido de la mano de su calidez y por admiración a sus dotes políticas, y sobre todo personales, nos fuimos convirtiendo por convicción en radicales, pero nunca renunciamos a ser alfonsinistas.
Yo tuve la oportunidad de haber estado en el sepelio de Perón. Sobre esa misma calle Callao observé algo que los diferenció. La cureña que transportó al General, marchó sin impedimentos por el asfalto de esa avenida, con su pueblo que lo despedía tras las vallas que ponían límites junto al cordón de la vereda.
La que transportó a Alfonsín venía más lenta, avanzaba con más dificultades…….el pueblo caminaba a su lado. A Raúl nadie lo siguió, su pueblo lo acompañó hacia su descanso en paz.