miércoles, 23 de septiembre de 2009

HONORIO PUEYRREDÓN: UN POLÍTICO CON ESPÍRITU

HONORIO PUEYRREDÓN: UN POLÍTICO CON ESPÍRITU

Don Honorio era nieto de Don Juan Martín de Pueyrredón, que a la edad de veinticinco años había emigrado al Río de la Plata desde un pequeño pueblito llamado Issor, cercano a los montes Pirineos, en la lejana Francia.

Juan Martín había sido un actor activo en las luchas por la Independencia, designio que marcó el destino de su nieto, en las más cercanas luchas por la Democracia y la Igualdad.

Honorio iba al colegio secundario cuando la Revolución del Parque conmueve al país como epopeya popular en la lucha por el voto secreto, obligatorio y universal.
Con la llegada de Hipólito Yrigoyen al gobierno, una de las preocupaciones del estadista era el nuevo rumbo que le quería imprimir a la política agropecuaria del mismo. Ese fue el lugar en donde lo necesitó a Don Honorio.

Había que defender al hombre de campo, al verdadero productor, contra la explotación de los monopolios, liberarlo del latifundio y hacer valer sus derechos. Ya no se usaría el cargo de ministro de agricultura para enriquecerse con vastas extensiones fiscales, ni se iba a despojar al campesino de su trabajo pagándole precios viles por su producción, ni tampoco ocuparían el cargo los abogados de los trust internacionales como había ocurrido cuando “El Régimen” gobernaba.

Además Don Honorio, fue luego el gran canciller del primer Presidente democrático que tuvimos los argentinos.

Pero en otra entrega voy a referirme a Pueyrredón en su gestión de gobierno, en su radicalismo expresado en actos gubernamentales.

En este primer escrito quiero rescatar el espíritu profundo de la acción y la ideología de Don Honorio. En esta época de vacas flacas espirituales, donde la política se convirtió sólo en un “toma y daca”. Donde la mediocridad más profunda en el pensamiento, en la hombría de bien de los políticos y, por consiguiente, en los ejemplos que se dan a la sociedad, se cierne sobre el pueblo, una figura como Pueyrredón puede dar luz ante tanta oscuridad.

Para empezar me parece muy enriquecedor bucear en el pensamiento de Pueyrredón. Qué pensaba él sobre su partido, la UCR, me parece importante conocerlo:

“La Unión Cívica Radical es una fuerza espiritual; un estado de conciencia; radica en el alma del pueblo; el Radicalismo es hoy como lo fuera otrora una esperanza de redención social. Si llegáramos a defraudarle, si por falta de comprensión de sus hombres dirigentes no marcáramos en la acción futura de gobierno, rumbos y procedimientos nuevos que lleven la gran premisa de asegurar la mayor felicidad al mayor número; sino hemos de empeñarnos y crear un estado medio entre la riqueza y la miseria, de modo que el pobre tenga asegurado un mínimo de bienestar, con pan, escuela y trabajo, y el que lo ha conquistado viva libre del miedo a perderlo; si no hemos de hacer lo bastante, para no contemplar el espectáculo de ver levantarse a diario nuevas ciudades, en las que mientras el obrero con sus manos construye palacios, no asegura para su cabeza un solo techo, si no hemos de reivindicar el ideal de civilización moderna, de que el obrero sea el elemento esencial y el asociado de la industria; de que el hombre está primero que la máquina y primero que el producto, y que para una Nación fuerte hacer dinero es menos importante que formar hombres; si no hemos de hacer eso, días nebulosos podrán venir para la paz social de la República"

Que claridad conceptual, que breve resumen de la misión histórica de nuestro partido y, porque no decirlo, cuanto nos alejamos de estos mandatos fundamentales.

Que lejos quedamos de ser una fuerza espiritual, tristemente….. lejísimo. Que poco nos queda del alma del Pueblo, de la esperanza de ser una herramienta de redención social. ¡En cuanto privilegiamos lo material y nos olvidamos de formar hombres! Como, lamentablemente contribuimos, desde la acción o desde la renuncia o la abstención, a crear días nebulosos para la paz social de la República.

Aquellos hombres tenían la autoridad de su conducta, tenían poder democrático, poder del que carecen la mayoría de los dirigentes políticos argentinos. Algunas historias personales de Don Honorio lo legitiman, lo enaltecen.

Corría el año 1933, más precisamente el 27 de diciembre en la ciudad de Santa Fé sesiona la Honorable Convención Nacional, Pueyrredón la preside. La Honorable Convención –que realmente era HONORABLE- declara la abstención intransigente, activa y revolucionaria. Dos días después, el 29 de diciembre, estalla un movimiento revolucionario en las provincias de Córdoba, Entre Ríos, Buenos Aires y Corrientes, que es derrotado por las fuerzas militares del gobierno de facto.

Los máximos dirigentes del partido son encarcelados en el buque Artigas y son llevados desde la ciudad de Santa Fé a la isla Martín García. El dictador Justo les da como opción: salir del país o ir todos presos a el penal de Ushuaia.

Alvear, empujado por la decisión de sus correligionarios que lo acompañan en prisión, decide irse a París para luchar desde esa capital estratégica, por la Libertad ausente en la República. Lo invita a Don Honorio a que lo acompañe, éste se niega y consulta a su mujer Julieta Meyans cual era su opinión; ella contesta: “Te acompañaré a los fríos del Sur. Me embarco el 16”. No va sola, un par de mujeres radicales con sus maridos presos la acompañan.

Una mañana Doña Julieta, que vivía en una casilla de chapa alquilada a un vecino fueguino, estaba sacando la nieve que había caído sobre la ropa colgada en la soga para secarse. Una vecina del lugar la reconoce y le dice que como podía ser que ella que era la mujer de un ex canciller, que había vivido en París, pudiera estar haciendo esas tareas menores en un lugar tan inhóspito; que la dejara a ella. Julieta la mira fijo y le contesta: “Si aquello no agrandaba, esto no achica” y sigue con su tarea doméstica.

El destierro hizo legítimos ante su pueblo a estos dirigentes, no le esquivaron a la intemperie, a la cárcel, a las incomodidades, a la lucha en las condiciones que fueran. Pero no sólo ellos le pusieron el pecho si no también sus mujeres. ¿Nos imaginamos alguno de nosotros, estar presos en Ushuaia en esos años por enfrentar al gobierno de turno? ¿Y a nuestras mujeres? ¡Mejor ni imaginarlo! ¿no? Por eso la UCR está como está, porque sólo peleamos por nuestra comodidad, porque ante el más mínimo escollo buscamos un ala en donde podamos cobijarnos, ver la forma más conveniente de zafar. Se puede llamar Ibarra, Telerman, Lavagna, Macri o cualquiera. Lo importante es ser lo más indignos posibles.

Termino, al respecto, con una frase de Don Honorio Pueyrredón, el mismo, el que tenía legitimidad porque se la había ganado centímetro a centímetro con su sacrificio y vocación de servicio, el que luego de vivir en París sufrió la cárcel más dura, pudiendo haber elegido volver a la Ciudad Luz:

“No hay dignidad que no se base en el dolor”