lunes, 30 de noviembre de 2009

LA UNIÓN CÍVICA RADICAL Y EL PODER DEMOCRÁTICO

LA UNIÓN CÍVICA RADICAL Y EL PODER DEMOCRÁTICO

Cuando empecé a militar en el radicalismo, hace casi tres décadas, escuché a veteranos correligionarios yrigoyenistas hablar del poder democrático. Decían que, por ejemplo, Yrigoyen y Alvear en la presidencia de la Nación y Sabattini en la gobernación de Córdoba habían ejercido este poder del que yo nunca había escuchado hablar.

Esto de ejercer el poder sobre el ciudadano, parece una acción que poco tiene que ver con la Democracia. Es difícil explicar que alguien elegido por el voto popular pueda coaccionar a otra persona en nombre de las instituciones gubernamentales democráticas.

En ningún lugar encontré una definición que me aclarara que era concretamente el poder democrático. Hipólito Yrigoyen en su libro “Mi Vida y mi doctrina” esboza algunos pensamientos que tienen que ver con esta filosofía radical del poder que nos diferencia sustancialmente del peronismo. Frases como: “No fui jefe de nadie ni de nada, porque me siento infinitamente superior a los menguados títulos de toda jefatura” o “Los que nacen con la conciencia superior de los destinos de su vida, nada los fascina ni embriaga, porque no sólo tienen el más profundo desdén por todos los poderes de la tierra, sino también por cuanto pudiera desviarlos de su propia recta orientación. Esto impone un riguroso estilo de vida y el sacrificio de todo lo que fuera personal”

Es interesante considerar que Yrigoyen escribió este libro luego de haber sido durante seis años Presidente de la Nación, es decir, no es la declaración de principios de un poeta o de un intelectual totalmente alejado del manejo del poder político y de la cosa pública. Tal vez hoy esas palabras parezcan algo ingenuas y de otros tiempos, pero esa era la postura filosófica del ex Presidente de un país que se encaminaba a ser uno de los más importantes de la tierra. Hoy se piensa distinto -¿se piensa?- y la Argentina ni siquiera tiene un liderazgo que nos destaque entre los países vecinos.

Si nos tomamos el trabajo de leer el reportaje que un matutino le hace a Michelle Bachelet el domingo 8 de noviembre de 2009, nos damos cuenta que no hace falta ir a los países centrales para ver comportamientos republicanos, éticos y estéticos, como bien dice la presidenta chilena, en el manejo del poder. No son figuras artificiales salidas de coyunturas fortuitas, y hasta lúdicas, que saltan a la fama sin contenido alguno.

Un teórico estadounidense de la Democracia, Robert Dahl, hace un par de décadas delineó el concepto de la Poliarquía. ¿Qué quiere decir Poliarquía?
Dahl dice que el poder real de una Nación, está dividido por el poder que ejercen las religiones, las corporaciones económicas, los sindicatos, las ONG, las asociaciones civiles, etc. y el poder político. Si en el reparto de esos porcentajes el poder soberano no tiene preponderancia sobre los otros poderes, no hay Democracia, o es una Democracia muy limitada. Es decir el pueblo no puede ejercer, por medio de sus representantes, su poder democrático.

Toda esta mínima explicación, esta orientada a empezar a dirimir desde qué lugar los radicales queremos ejercer el poder si en los próximos años llegamos a ocupar la Presidencia del Nación.

El poder democrático es un poder que se ejerce desde la autoridad. Para ejercer el poder desde la autoridad hay que contar con un líder que desarrolle su liderazgo apoyado en valores. Para los radicales esos valores tienen que ser valores radicales, es una obviedad no tan obvia para algunos correligionarios.
El Dr. Raúl Ricardo Alfonsín decía en las tribunas en la campaña electoral del ´83, que hay que “seguir ideas y no hombres”, porque los hombres se equivocan, se enferman –pueden hasta enloquecer- y se mueren. Las ideas son la esencia de la política, por eso hay que recrearlo claramente a Alfonsín y hurgar muy profundamente en el ideario de quién va a ser el candidato que nos va a representar en el 2011. Y Moisés Lebensohn agregaría: “Doctrina, para que nos entiendan, conducta para que nos crean”

Hace muchos años, exactamente veinte, que de candidato a la primer magistratura no llevamos a alguien que sepamos que va a representar nuestros principios con la doctrina, la convicción, la capacidad, y la fuerza necesaria.

La candidatura de Massaccesi, la podemos tomar como un accidente –vimos claramente cuál fue su destino político y, sobre todo, partidario-, la llegada de De la Rúa a la presidencia ya la he analizado en otros documentos y prefiero no recordarla –algunas perlitas al pasar sobran: Juan Llach ministro de educación, el bajarle los sueldos a los empleados públicos y jubilados….. y Cavallo-. Lo de Moreau fue sólo testimonial y lo de Lavagna es preferible olvidarlo desde cualquier lugar que se lo quiera analizar (pragmáticos abstenerse).

Es decir, Eduardo César Angeloz fue el último hombre del partido que peleó por la llegada a lo más alto del poder gubernamental, de nuestra más profunda doctrina partidaria para intentar teñir al país de cultura republicana, de intentar ejercer el poder democrático, de dar un salto cualitativo y dejar atrás, luego del fundacional gobierno de transición de Alfonsín, tantos años de gobiernos conservadores –léase peronistas o similares-.

Para que esto ocurra nuestro candidato tiene que transpirar radicalismo por sus poros a cada paso que dé. No podemos probar con hombres providenciales para que ver qué pasa, para chequear cuán radicales son una vez instalados en el gobierno. Tenemos que tener absoluta confianza sobre lo que piensan en educación, en salud, en política internacional, en seguridad, en economía, en políticas sociales, etc. Pero, por sobre todas las cosas, tenemos que asegurarnos de quiénes se va a rodear para ejercer ese poder democrático. Recientes gabinetes nacionales de gobiernos propios, dan crédito absoluto a todas estas dudas.

Estoy absolutamente convencido que todos los males que sufrimos desde 1989 hasta hoy, tiene que ver con nuestro alejamiento de las bases doctrinarias que justificaron, y fueron la causa, de nuestra existencia. No se puede reivindicar a Juárez Celman y decirse radical. Sé que para muchos correligionarios esto es una banalidad, pero estamos cansados de los banales y, por sobre todas las cosas, a los lugares donde nos condujeron con sus vulgaridades y tilingadas.

Todo este análisis tiene que ver con algo que considero esencial para nuestra existencia, el pueblo no soportaría otra traición a los principios que necesariamente tenemos la obligación de exhibir, llegado el radicalismo, y sus aliados, a la presidencia de la Nación.

Los pragmáticos dirigentes, de la altísima política, que manejaron a nuestro partido en los últimos tres lustros –por supuesto con algunas excepciones que no hace falta mencionar-, dejaron de lado todo lo que tuviera que ver con nuestra doctrina. Importaron ideas que nada aportaron, manejaron elecciones internas, manipularon convenciones y plenarios, pusieron candidatos sin ninguna consulta al afiliado, resguardaron cargos políticos, para unos pocos amigos por supuesto, en gobiernos que poco tuvieron que ver con el radicalismo, hicieron alianzas y demás yerbas para llegar al poder caiga quien caiga, negociaron candidatos en listas de cualquier color, etc., etc., etc.

El resultado de tanto pragmatismo es: en tres de los más importantes distritos del país, la Ciudad Autónoma de Bs. As., la Prov. de Bs. As. y la Prov. de Santa Fé, si hoy vamos a una elección con nuestra histórica Lista 3 el resultado electoral es paupérrimo. Esa es la consecuencia de las genialidades pergeñadas por nuestros conspicuos pragmáticos proyectadas a la política real. Hay unos poquitos personajes partidarios -¿partidarios?- que se favorecieron con este caos de identidades, conciencias e ingenierías, pero mientras ellos subieron, en lo personal por supuesto, la Unión Cívica Radical se derrumbó, SE DEMOLIÓ.

Para apagar un incendio hace falta bomberos con experiencia y vocación de apagarlo, buscar a un experto en el uso de lanzallamas sólo favorece a los que quieren más fuego, con él nunca apagaremos el incendio.

Si queremos reconstruir a la Unión Cívica Radical hay que buscar obreros que la reconstruyan. Que tengan la pasión, la sabiduría y la vocación de hacerlo. Lo que no podemos hacer es intentarlo con especialistas en demoliciones.

Al líder de la empresa de la reconstrucción hay que elegirlo, como también decía Raúl Alfonsín, “no cabalgando sobre encuestas”. Lo importante es que sea un obrero de la construcción. ¡¡¡OJO!!! con los especialistas en DEMOLICIONES, hace muchos años que los sufrimos y nos han hecho mucho daño.

Tal vez nuestra querida UCR no resista otra demolición.

Marcelo Luis Tassara militante radical de la Sección 20º capitalina.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

HONORIO PUEYRREDÓN: UN POLÍTICO CON ESPÍRITU

HONORIO PUEYRREDÓN: UN POLÍTICO CON ESPÍRITU

Don Honorio era nieto de Don Juan Martín de Pueyrredón, que a la edad de veinticinco años había emigrado al Río de la Plata desde un pequeño pueblito llamado Issor, cercano a los montes Pirineos, en la lejana Francia.

Juan Martín había sido un actor activo en las luchas por la Independencia, designio que marcó el destino de su nieto, en las más cercanas luchas por la Democracia y la Igualdad.

Honorio iba al colegio secundario cuando la Revolución del Parque conmueve al país como epopeya popular en la lucha por el voto secreto, obligatorio y universal.
Con la llegada de Hipólito Yrigoyen al gobierno, una de las preocupaciones del estadista era el nuevo rumbo que le quería imprimir a la política agropecuaria del mismo. Ese fue el lugar en donde lo necesitó a Don Honorio.

Había que defender al hombre de campo, al verdadero productor, contra la explotación de los monopolios, liberarlo del latifundio y hacer valer sus derechos. Ya no se usaría el cargo de ministro de agricultura para enriquecerse con vastas extensiones fiscales, ni se iba a despojar al campesino de su trabajo pagándole precios viles por su producción, ni tampoco ocuparían el cargo los abogados de los trust internacionales como había ocurrido cuando “El Régimen” gobernaba.

Además Don Honorio, fue luego el gran canciller del primer Presidente democrático que tuvimos los argentinos.

Pero en otra entrega voy a referirme a Pueyrredón en su gestión de gobierno, en su radicalismo expresado en actos gubernamentales.

En este primer escrito quiero rescatar el espíritu profundo de la acción y la ideología de Don Honorio. En esta época de vacas flacas espirituales, donde la política se convirtió sólo en un “toma y daca”. Donde la mediocridad más profunda en el pensamiento, en la hombría de bien de los políticos y, por consiguiente, en los ejemplos que se dan a la sociedad, se cierne sobre el pueblo, una figura como Pueyrredón puede dar luz ante tanta oscuridad.

Para empezar me parece muy enriquecedor bucear en el pensamiento de Pueyrredón. Qué pensaba él sobre su partido, la UCR, me parece importante conocerlo:

“La Unión Cívica Radical es una fuerza espiritual; un estado de conciencia; radica en el alma del pueblo; el Radicalismo es hoy como lo fuera otrora una esperanza de redención social. Si llegáramos a defraudarle, si por falta de comprensión de sus hombres dirigentes no marcáramos en la acción futura de gobierno, rumbos y procedimientos nuevos que lleven la gran premisa de asegurar la mayor felicidad al mayor número; sino hemos de empeñarnos y crear un estado medio entre la riqueza y la miseria, de modo que el pobre tenga asegurado un mínimo de bienestar, con pan, escuela y trabajo, y el que lo ha conquistado viva libre del miedo a perderlo; si no hemos de hacer lo bastante, para no contemplar el espectáculo de ver levantarse a diario nuevas ciudades, en las que mientras el obrero con sus manos construye palacios, no asegura para su cabeza un solo techo, si no hemos de reivindicar el ideal de civilización moderna, de que el obrero sea el elemento esencial y el asociado de la industria; de que el hombre está primero que la máquina y primero que el producto, y que para una Nación fuerte hacer dinero es menos importante que formar hombres; si no hemos de hacer eso, días nebulosos podrán venir para la paz social de la República"

Que claridad conceptual, que breve resumen de la misión histórica de nuestro partido y, porque no decirlo, cuanto nos alejamos de estos mandatos fundamentales.

Que lejos quedamos de ser una fuerza espiritual, tristemente….. lejísimo. Que poco nos queda del alma del Pueblo, de la esperanza de ser una herramienta de redención social. ¡En cuanto privilegiamos lo material y nos olvidamos de formar hombres! Como, lamentablemente contribuimos, desde la acción o desde la renuncia o la abstención, a crear días nebulosos para la paz social de la República.

Aquellos hombres tenían la autoridad de su conducta, tenían poder democrático, poder del que carecen la mayoría de los dirigentes políticos argentinos. Algunas historias personales de Don Honorio lo legitiman, lo enaltecen.

Corría el año 1933, más precisamente el 27 de diciembre en la ciudad de Santa Fé sesiona la Honorable Convención Nacional, Pueyrredón la preside. La Honorable Convención –que realmente era HONORABLE- declara la abstención intransigente, activa y revolucionaria. Dos días después, el 29 de diciembre, estalla un movimiento revolucionario en las provincias de Córdoba, Entre Ríos, Buenos Aires y Corrientes, que es derrotado por las fuerzas militares del gobierno de facto.

Los máximos dirigentes del partido son encarcelados en el buque Artigas y son llevados desde la ciudad de Santa Fé a la isla Martín García. El dictador Justo les da como opción: salir del país o ir todos presos a el penal de Ushuaia.

Alvear, empujado por la decisión de sus correligionarios que lo acompañan en prisión, decide irse a París para luchar desde esa capital estratégica, por la Libertad ausente en la República. Lo invita a Don Honorio a que lo acompañe, éste se niega y consulta a su mujer Julieta Meyans cual era su opinión; ella contesta: “Te acompañaré a los fríos del Sur. Me embarco el 16”. No va sola, un par de mujeres radicales con sus maridos presos la acompañan.

Una mañana Doña Julieta, que vivía en una casilla de chapa alquilada a un vecino fueguino, estaba sacando la nieve que había caído sobre la ropa colgada en la soga para secarse. Una vecina del lugar la reconoce y le dice que como podía ser que ella que era la mujer de un ex canciller, que había vivido en París, pudiera estar haciendo esas tareas menores en un lugar tan inhóspito; que la dejara a ella. Julieta la mira fijo y le contesta: “Si aquello no agrandaba, esto no achica” y sigue con su tarea doméstica.

El destierro hizo legítimos ante su pueblo a estos dirigentes, no le esquivaron a la intemperie, a la cárcel, a las incomodidades, a la lucha en las condiciones que fueran. Pero no sólo ellos le pusieron el pecho si no también sus mujeres. ¿Nos imaginamos alguno de nosotros, estar presos en Ushuaia en esos años por enfrentar al gobierno de turno? ¿Y a nuestras mujeres? ¡Mejor ni imaginarlo! ¿no? Por eso la UCR está como está, porque sólo peleamos por nuestra comodidad, porque ante el más mínimo escollo buscamos un ala en donde podamos cobijarnos, ver la forma más conveniente de zafar. Se puede llamar Ibarra, Telerman, Lavagna, Macri o cualquiera. Lo importante es ser lo más indignos posibles.

Termino, al respecto, con una frase de Don Honorio Pueyrredón, el mismo, el que tenía legitimidad porque se la había ganado centímetro a centímetro con su sacrificio y vocación de servicio, el que luego de vivir en París sufrió la cárcel más dura, pudiendo haber elegido volver a la Ciudad Luz:

“No hay dignidad que no se base en el dolor”

sábado, 4 de julio de 2009

LA FILOSOFÍA POLÍTICA NO ES UN LUJO

LA FILOSOFÍA POLÍTICA NO ES UN LUJO
MARIO BUNGE

¿Qué es la filosofía política? Es la rama de la filosofía que sopesa los méritos y defectos de los distintos órdenes políticos, tales como el liberal, el democrático, el socialdemocrático y el fascista. El filósofo político nos dice qué regímenes favorecen los intereses de las mayorías y cuáles los de las minorías; qué gobiernos protegen los derechos y cuáles los restringen; qué tipos de Estado promueven el progreso y cuáles lo obstaculizan.
Además, y por esto hace filosofía antes que ideología, el filósofo político procura dar argumentos racionales, en lugar de ¡vivas! y ¡muertes!, en favor o en contra de los distintos órdenes sociales. Por ejemplo, nos dirá que la libertad incontrolada del individuo es tan enemiga de la democracia como la opresión, porque supone que no hay valores sociales y que todo está en venta. O nos dirá que la libertad y la democracia vienen de abajo, no de arriba, ya que el privilegio es enemigo de la libertad y de la igualdad.
¿Para qué sirve la filosofía política? Unas veces para bien, otras para mal y otras más para nada. Veamos algunos ejemplos. El liberalismo político nació en el cerebro de John Locke, el gran filósofo del siglo XVI. Según Karl Popper, el fascismo fue concebido por Hegel, mientras que Isaiah Berlin lo hace nacer en el cerebro de Joseph de Maistre. El filósofo y economista John Stuart Mill defendió el socialismo democrático, en tanto que su homólogo Karl Marx abogó por el socialismo dictatorial. Nietzsche, Gentile y Heidegger fueron fascistas, mientras que Engels y Antonio Labriola abogaron por el socialismo marxista. Benedetto Croce fue liberal, pero no democrático, mientras que Norberto Bobbio osciló entre el liberalismo y el socialismo. Carl Schmitt y Leo Strauss se inspiraron en Platón, Nietzsche y Heidegger, y el primero fue militante nazi, mientras que el segundo fue profesor de algunos de los asesores más siniestros del presidente George W. Bush.
Por el contrario, John Rawls combinó el liberalismo político con el socialismo estatal, mientras que Ronald Dworkin hace filosofía liberal limitada al ámbito jurídico. Pero es verdad que la mayoría de los filósofos políticos han sido inanes, por haberse limitado a comentar ideas políticas de otros.
Los filósofos políticos contemporáneos creen poder desligar las ideas políticas de una concepción del mundo. Sin embargo, toda concepción de la política presupone una concepción del mundo. Por ejemplo, si todo dependiera primordialmente de las ideas y nada de los intereses materiales, la acción política se reduciría a hablar y escribir. Si estamos sometidos a la voluntad de Dios, la oración será más eficaz que la acción. Si la naturaleza humana es invariable, las reformas sociales serán inútiles. Pero si, en cambio, somos cambiantes, no debemos diseñar sociedades rígidas, por perfectas que nos parezcan ahora.
Sólo unos pocos filósofos, en particular Platón, Aristóteles, Locke, Hegel y Marx, ubicaron sus ideas políticas en amplios sistemas filosóficos. Pero algunos de esos sistemas fueron incoherentes. Por ejemplo, Marx no advirtió que el igualitarismo es incompatible con la dictadura del proletariado; casi todos los filósofos políticos fueron indiferentes a la dependencia de la mujer, y a ninguno de los héroes del liberalismo le interesó la suerte del Tercer Mundo.
A mi juicio, lo más importante no es la obra de tal o cual filósofo político, sino el hecho de que la plataforma de cualquier movimiento político es una declaración de principios filosóficos. Este partido proclamará la prioridad de la libertad, aquél el de la igualdad; este otro sostendrá el primado de la democracia, y aquél el de la justicia social; uno será laico y otro religioso; éste da prioridad a la eliminación de la pobreza, aquél a la libertad de empresa. Recordemos un par de ejemplos de actualidad.
Cuando se anunció la crisis económica actual, el superbanquero norteamericano Alan Greenspan se declaró sorprendido porque la filosofía política que había aprendido de su mentora, la novelista y filósofa pop Ayn Rand, afirmaba que el capitalismo es el orden social natural, ya que responde al egoísmo propio de la naturaleza humana. (Obviamente, nunca trabajó en una asociaciación voluntaria.) A comienzos de 2009, Greenspan tuvo la honestidad de admitir que se había equivocado; pero persitió en su creencia de que la situación actual se repetirá indefinidamente debido a las incorregibles fallas humanas.
En otras palabras, recurrió al mismo argumento de los estalinistas: el sistema es perfecto, pero los encargados de mantenerlo son imperfectos, de modo que, cuando fallan, merecen ser destruidos. ¿Cómo sabemos que el sistema actual es perfecto? Porque lo afirmó una profetisa. Y ¿cómo sabemos que todos los seres humanos son egoístas? Porque lo aseguró otro profeta.
Poco después de anunciarse la crisis actual, los presidentes Bush y Sarkozy y los primeros ministros Brown y Merkel anunciaron el fin del laissez-faire y el comienzo de una política de salvataje. Esta consiste en sacarles dinero a los pobres contribuyentes para dárselo a las grandes corporaciones en peligro de bancarrota. La derecha de la derecha norteamericana puso el grito en el cielo: declaró que el llamado "paquete de estímulo" votado por el Parlamento era socialismo.
Esta protesta puso en evidencia que esos ultraderechistas no conocen el abecé de la filosofía política. En efecto: el socialismo propone la socialización de la esfera pública, mientras que las medidas de emergencia adoptadas por casi todos los gobiernos consisten en salvar el sistema a costillas del pueblo, en socializar las pérdidas y privatizar las ganancias, como hubiera dicho Garrett Hardin. Es verdad que la nacionalización de algunos bancos, que se efectuó en Gran Bretaña y se amenazó en los Estados Unidos huele a socialismo, pero solamente a las narices que no distinguen el socialismo del estatismo, ni, por lo tanto, el socialismo del estalinismo.
La filosofía política estudia las ideologías sociales, pero no se limita a ellas. También estudia el sistema político como componente de la sociedad. En particular, estudia los intereses privados y los sentimientos morales que mantienen o alteran un orden político dado, así como los derechos y deberes del ciudadano en los distintos sistemas políticos. Pone particular interés en la justicia como equilibro entre derechos y cargas sociales, e investiga la cuestión de si la justicia social es una meta alcanzable o un espejismo.
Una filosofía política amplia reconocerá que la política no se limita a la lucha por el poder, sino que incluye la gobernanza y los problemas técnicos y políticos que ésta plantea. En particular, el filósofo político a tono con su tiempo indaga la posibilidad de la gobernanza científica, o sea, planeada y ejecutada a la luz de las ciencias sociales antes que de la oportunidad política del momento.
En particular, el filósofo político debe reconocer que la protección del medio ambiente requiere medidas que limiten la propiedad privada y, por lo tanto, susciten la resistencia de quienes la poseen. Y debe saber que la Revolución Verde y, en general, el uso de organismos modificados genéticamente, aumenta tanto el rendimiento de las cosechas como las diferencias entre las empresas agrícolas y los campesinos pobres. O sea: el filósofo político tendrá que examinar los efectos de todo tipo que causen los insumos científicos y tecnológicos al Estado.
Si el filósofo político es favorable a la mejora de la calidad de vida, deberá empezar por averiguar cómo se la mide. Si un economista le dice que la mejor tabla de medida es el Producto Bruto Interno, un socioeconomista le informará que la riqueza total no basta, que también hay que saber cómo se distribuye, ya que hay naciones, tales como Arabia Saudita, que tienen un enorme PBI, pero donde la mayoría vive mal, y hay otras, como Costa Rica, donde son pobres, pero donde la gente vive mucho mejor y más.
Por este motivo, las Naciones Unidas propusieron medir la calidad de vida por el índice de desarrollo humano, que promedia tres variables: salud, ingreso per cápita y educación.
Pero aquí faltan dos variables: desigualdad de ingresos y sostenibilidad ecosocial. La sostenibilidad importa si se admite que somos responsables de nuestra descendencia. Y la desigualdad también importa porque, cuando es pronunciada, es causa de conflictos sociales y daña la salud aún más que la pobreza absoluta. Por este motivo, es preciso ampliar el índice de la ONU agregándole indicadores de desigualdad y de sostenibilidad.
A este índice ampliado me refiero en el libro Filosofía política (Gedisa, 2009), donde examino también la posibilidad de ampliar la democracia del terreno político a los demás terrenos pertinentes: la administración de la riqueza, el entorno natural y la cultura. Vuelvo a sugerir, como hace dos décadas -en el octavo tomo de Tratado de filosofía - una alternativa tanto al capitalismo en crisis como al socialismo dictatorial. Esa alternativa es la democracia integral: igualdad de acceso a las riquezas naturales, igualdad de sexos y razas, igualdad de oportunidades económicas y culturales y participación popular en la gerencia de los bienes comunes.
En definitiva: la filosofía política no es un lujo, sino una necesidad, ya que se la necesita para entender la actualidad política y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. Pero para que preste semejante servicio la filosofía política deberá formar parte de un sistema coherente al que también pertenezcan una teoría realista del conocimiento, una ética humanista y una visión del mundo acorde con la ciencia y la técnica contemporáneas.
La sociedad moderna es demasiado complicada y frágil para que siga en manos de políticos ignorantes de las ciencias sociales y secuaces de filosofías políticas apolilladas.


El autor es profesor de Filosofía en la Universidad McGill, Montreal.

domingo, 24 de mayo de 2009

SER ALFONSINISTA

Fue allá por septiembre de 1982. Era una noche de viernes en el porteño barrio de Mataderos. Si mal no recuerdo fue en la puerta del local que conducía el ex diputado nacional, hoy fallecido, Liborio Pupillo en la calle Larrazábal.
Fue el primer acto público en que vi en vivo un discurso de Raúl Ricardo Alfonsín.
Lo recuerdo como un hito muy importante en mi vida. Luego de tanto escarnio, muerte, humillación y violación sistemática de la condición humana; escuchaba a alguien hablar de libertad, derechos humanos, democracia, dignidad, ética, solidaridad, respeto.
Para mí era algo mágico, alucinante, sensible, revelador. Eran palabras que mi espíritu joven necesitaba escuchar, interiorizar, atesorar.
Me conmovía hasta las lágrimas, esa oratoria libertaria, entrañable, cargada de esperanza y horizontes de paz.
Solo en mi búsqueda, lo empecé a seguir cada vez que me enteraba que hablaba en la Capital o en algún lugar del Gran Buenos Aires. Cada acto me regocijaba un poquito más el espíritu. Abría mi mente hacia lugares iluminados, transparentes, creativos, felizmente desconocidos.
Luego de un par de meses ya no estaba solo: amigos, novia, conocidos y parientes me empezaron a acompañar a escuchar a Raúl. Ya hasta nos parecía uno de nosotros.
Su figura crecía y mi fascinación se acrecentaba a la par. Los primeros actos fueron inolvidables. No más de cincuenta o sesenta personas rodeando una pequeña tribuna barrial. Nos daba la indeleble imagen de que el discurso era casi de entrecasa, personal, de Raúl a cada uno de nosotros.
Luego lo cosa fue creciendo, apareció la liturgia radical y los actos se despersonalizaron, se masificaron, se hicieron multitudinarios, pero sin perder la mística; cargados de la pasión y el calor que Alfonsín trasmitía con su sola presencia. Él fue la humanización de la palabra expresada desde una tribuna popular.
Conocida su muerte, mis hijos me veían llorar, y creo que no entendían muy bien cómo podía lamentar tanto a alguien que no me unía una relación de amistad estrecha o parentesco directo. Lo que ellos no llegaban a comprender es que los que lo tuvimos a Alfonsín como modelo de vida, él nos cambió la existencia.
Sin ninguna duda marcó, por lo menos para mí, un antes y un después. Y sé que no sólo en mi caso fue tan trascendente, conozco a algunas personas que el haberlo escuchado en algún acto de esa época hasta los ayudó a salir de algunas adicciones. Para todos Alfonsín fue alguien providencial.
Me impresionó ver en su funeral a dirigentes que se “volvieron a humanizar” ante tan irremplazable pérdida. Sólo un líder de su dimensión puede lograr estos “milagros” partidarios.
Enrique Nosiglia dijo, en uno de los discursos en la Recoleta, que al lado de él habían aprendido a ser mejores personas. No tengo dudas que así fue.
Entre tanta tristeza algún desubicado me quiso cuestionar a Alfonsín por tal o cual error político cometido, y simplemente le expliqué que yo admiraba a Raúl Ricardo Alfonsín porque lo consideraba, fundamentalmente, una persona con una elevada condición espiritual. El mejor de una generación, como bien lo expresó el presidente de nuestra Honorable Convención Nacional, Hipólito Solari Yrigoyen.
Le dije que para mí el ex presidente trascendía con creces su estatura política, que en mi opinión era inmensa, porque se había convertido en un referente humano, lo que era mucho más importante.
Él fue una esperanza real para los que pensamos que la política es una de las herramientas más formidables que nos dio la creación del hombre para servir al pueblo, para elevar, y enaltecer, la condición humana.
Los que empezamos a militar en este centenario partido de la mano de su calidez y por admiración a sus dotes políticas, y sobre todo personales, nos fuimos convirtiendo por convicción en radicales, pero nunca renunciamos a ser alfonsinistas.
Yo tuve la oportunidad de haber estado en el sepelio de Perón. Sobre esa misma calle Callao observé algo que los diferenció. La cureña que transportó al General, marchó sin impedimentos por el asfalto de esa avenida, con su pueblo que lo despedía tras las vallas que ponían límites junto al cordón de la vereda.
La que transportó a Alfonsín venía más lenta, avanzaba con más dificultades…….el pueblo caminaba a su lado. A Raúl nadie lo siguió, su pueblo lo acompañó hacia su descanso en paz.

martes, 17 de marzo de 2009

LAS DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS ENTRE EL RADICALISMO Y EL PERONISMO PARTE II

Caiga quién caiga

Es un excelente momento para volver sobre el tema.
La crisis económica que aqueja al planeta está poniendo en evidencia cuán autoritarios, y lo que es más grave irresponsables, pueden ser los peronistas en el poder.
Si uno escucha a cualquiera de los líderes sindicales peronistas, que son la mayoría, va encontrarse con este discurso: “Primero la Patria, después el movimiento y por último los hombres”. Es decir que para ellos el Hombre es el último que tiene que beneficiarse con las políticas sindicales, sociales, de gobierno o de Estado.
Hoy esto que parece algo banal, lo vemos claramente reflejado en sus acciones de gobierno.
Si hay que mentir con los datos del INDEC no hay que dudar un minuto, más allá del descrédito internacional y la burla al pueblo que esta desnaturalización conlleva.
Si lo que se necesita es avanzar sobre los fondos de la ANSES porque el país no tiene acceso al crédito internacional, no hay que titubear un segundo, los ahorros de los jubilados que se hubieran podido usar, por ejemplo, para darles un haber digno, los usan para otros propósitos.
Si hay que cambiar las fechas de las elecciones nacionales, más allá de que es una práctica muy común de todos los que están y estuvieron en el poder en la Argentina, para sacar alguna ventaja partidaria, hagámoslo sin vacilar.
Si lo que se necesita es volar una ciudad para encubrir una prueba por el delito de vender armas a un país latinoamericano como Ecuador, perjudicando a otro país con altas relaciones de hermandad histórica como Perú, hay que hacerlo sin pensar un segundo. Agravado todo porque la Argentina era garante de la paz entre estas dos naciones.
Si las pruebas de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, donde murieron cientos de personas, hay que borrarlas con la mayor impunidad y sin ningún miramiento ético, es necesario hacerlo por cuestiones de Estado.
Si lo que se necesita es comprar periodistas, medios gráficos, televisivos, radiales o del género que sea para tener menos críticas que mellen el poder, no hay que tener ningún escrúpulo al respecto. Y si hay que cerrarlo, como en los primeros gobiernos peronistas, también vale.
Podríamos escribir un libro con hechos políticos e históricos que relatan la falta total de escrúpulos con que el oficialismo peronista se manejó, y se maneja, en el poder.

La raíz ideológica hegeliana como punto de partida

Esta forma de accionar política sin ninguna duda está fuertemente sostenida, por no decir totalmente sostenida, por el sustento hegeliano que tiene ideológicamente el peronismo.
Releyendo un viejo libro, El Mito del Estado de Ernst Cassirer, donde el autor habla de la influencia de Hegel en el pensamiento político moderno, Cassirer describe con una gran erudición lo nefasto que fue este filósofo para el pueblo que tuvo que sufrir las consecuencias de su pensamiento puesto en acción.
Dí con este libro porque, en mi curiosidad por bucear en el pensamiento de nuestros grandes hombres; sé que Don Arturo Illia lo tenía como uno de sus libros de cabecera y lo leía y releía. Si la Argentina tuvo un gobernante que fue democrático y republicano, ese fue Don Arturo, que transcurrido más de un cuarto de siglo de fallecido, nos sigue iluminando hasta con sus viejas lecturas.
Dice Cassirer de Hegel: “Era un conservador que defendía el poder de la tradición […] No reconoce otro orden ético por encima del que aparece en la costumbre”
Los liberales alemanes consideraban el sistema hegeliano como el más firme baluarte de la reacción política.
Schopenhauer, su opuesto filosófico, veía al sistema metafísico hegeliano como algo indigno y totalmente falto de escrúpulos.
Hegel rechazaba todo ideal “humanitario”, para él no había actos “egoístas y actos “altruistas” sólo era importante el interés personal, fue el antecesor de Nietzche en todo lo que se llamó teorizar sobre “inmoralismo”.
No lo asustaba el sacro egoísmo, concepto que desarrolló con fina agudeza, y que luego fue tan decisivo y desastroso en la vida política moderna.
Desarrolló un culto al héroe, muy relacionado con el culto al Estado, donde el héroe tenía que tener como única virtud el lograr, y mantener, el poder. Su egoísmo, egocentrismo y carencia de escrúpulos eran los motores de la historia.
La psicopatía que sufrían muchos de los dictadores que sometieron a la humanidad, era cosa de, según Hegel dice en su Filosofía del Derecho: “[…] psicólogos lacayos, para quienes ningún hombre es héroe, y no porque no haya héroes, sino porque ellos mismos no son más que lacayos”.
Los líderes peronistas desde Perón a Kirchner, dan cuenta exacta sobre el culto al héroe que Hegel pergeñó.
He conocido a militantes peronistas que tenían grupos de estudio, donde docentes universitarios de filosofía leían a Hegel traduciéndolo directamente del alemán.
Nuestra señora Presidente de la Nación declaró en un congreso de filosofía que ella abrazaba la filosofía hegeliana, a pesar que el filósofo alemán había tratado muy mal a las mujeres en sus escritos.
Pero no sólo el peronismo abrevó en Hegel, grupos de nuestra más alta estirpe conservadora se relacionaron con reuniones donde se analizaba, y estudiaba en profundidad, el pensamiento hegeliano. Muchos de los más conspicuos dirigentes de la desaparecida UCéDe (Unión del Centro Democrático), con la ingeniera María Julia Alsogaray a la cabeza, fueron partícipes de aquellos encuentros.