miércoles, 6 de octubre de 2010

ALEM, KANT Y SU INFLUENCIA EN LA DOCTRINA RADICAL

Introducción

Hay poco escrito sobre el tema. Sólo se encuentran menciones en algunos libros de poca circulación.

El perfil de la acción política de Leandro N. Alem, sus discursos en público y en los distintos parlamentos, denotan una concienzuda lectura de filósofos como Kant y Sócrates.

Este breve estudio preliminar, está basado en una lectura de Kant que intenta confrontar las ideas de Alem con los pensamientos del filósofo alemán.

El historiador Norberto Lucchesi, en su libro “Alem, su pensamiento filosófico y político”, dice que el líder radical tenía amor por la sabiduría, lo que lo habilitaba a ser un filósofo. Esta práctica la desarrollaba como profesor dictando el primero y segundo curso de Filosofía en la escuela “América del Sud”.

Toda su ética política está íntimamente relacionada con el filosofar de Inmanuel Kant.

El romanticismo-idealista que rechaza fuertemente el positivismo a ultranza, ligado al materialismo corruptor del Régimen, es un pensamiento alemniano-kantiano.

La ideología liberal, el “orden y la paz armonizándolas con la libertad”, sumados al deber y la moral como imperativos categóricos, están ligados a Kant.

La libertad de pensamiento, paradigma kantiano atado a la “autonomía”, es una herramienta ideológica que Alem defiende a diario en su lucha política. Kant dice que la “autonomía” es “el fundamento de la dignidad humana y de toda naturaleza racional”. Esta construcción de filosofía política tiene que ver con el pensamiento crítico, base cívica de la cultura democrática del pueblo.

Goethe, refiriéndose a Kant, dice: “los filósofos, por su parte, no pueden ofrecernos otra cosa que formas de vida”, también habla de la “severa moderación de Kant” por lo que su filosofía nos conduce a: “estar en consonancia con nosotros mismos” para poder “neutralizar las desarmonías que nos imponen desde afuera”.

Alem y Kant, vida y doctrina (filosófica y política)

Kant dice que su madre fue el pilar que sembró en él “la primera simiente del bien”, “la que abrió mi corazón a las impresiones de la naturaleza, la que despertó y alentó mis ideas”. Fue ella la que primero descubrió sus dotes intelectuales y, aconsejada por un profesor del adolescente, lo envió a una escuela de humanidades.

En ella Kant desarrolló su cultura espiritual y donde practicó la lectura de los autores latinos con devoción. Estos dos aprendizajes lo acompañaron hasta sus últimos días.

Por otro lado, más allá de lo cognitivo y educacional que le dio la escuela, ve esa parte de su vida como la de “esclavitud juvenil”. Esto deja en claro que la educación juvenil de Kant, dejó impresiones que nunca pudo borrar de su espíritu. Tal vez esta “esclavitud juvenil” es la que disparó esta idea de Libertad que tan claramente expresan Alem y Kant, uno en su acción política y el otro en sus escritos filosóficos y sus clases en los claustros universitarios.

Ernst Cassirer, en su libro “Kant, Vida y Obra”, Edit. Fondo de Cultura Económica, México D.F., año 1948, dice que Hippel, su biógrafo, cuenta que Kant era una persona muy retraída para dar rienda suelta a sus afectos o emociones pero, cuando recordaba sus años de “esclavitud juvenil” sentía todavía una sensación profunda de angustia y terror que expresaba elocuentemente.

Para Kant, desde muy joven, la meta de su vida no fue la consecución de la dicha, sino otra muy distinta: la independencia de pensamiento y la independencia de voluntad.

Alem tenía un perfil muy similar. En un discurso que dio en Rosario, el 24 de Agosto de 1890, dice Don Leandro: “¡Desgraciados los pueblos que se hallan dominados por el sensualismo! ¡Desgraciados los pueblos que no tienen ideales! ¡Dejad esa tendencia de esperarlo todo de los gobernantes y grabad en vuestra conciencia la convicción de que este proceder rebaja el nivel moral de los pueblos!”

Los diferenciaba la forma de expresar sus emociones. Kant tenía una formación religiosa que venía del pietismo, esta cultura ejercía una “incansable e implacable vigilancia sobre el corazón” (textual del libro de Ernst Cassirer citado en párrafos anteriores).

Alem era un orador encendido y apasionado que no podía dejar de expresar sus sentimientos con convicción y pasión. Lo hermanaba a Kant una niñez y primera juventud desdichadas; la muerte de su padre y la condena social que le siguió, sumado a sus incursiones como soldado siendo muy joven, son un claro ejemplo de estas infortunadas similitudes.

El pensamiento crítico de Kant, a medida que va madurando, comienza a objetar esta ideología dura y conservadora que tenía su origen en su religiosidad pietista. Esta religiosidad tiende en sus orígenes pura y exclusivamente a vivificar una religiosidad interior, para luego ir degenerando en un patrón de pensamiento rígido y dogmático. Kant desde joven va rompiendo con este sesgo y busca el ejercicio de la ética desde una posición mucho más liberal y humanista.

Alem se vale de esta construcción filosófica ligada a las ideas morales, para tenerlas como base para su acción política. Es decir enancado al pensamiento de un filósofo que revolucionó la filosofía en la Europa del siglo XVIII; Don Leandro llena de virtud oratoria las tribunas políticas de la Argentina del siglo XIX. Esta virtud le vale el apodo del Robespierre de Balvanera, relacionándolo con uno de los oradores de la Revolución Francesa. En un discurso parlamentario expresa: “Gobernad lo menos posible porque mientras menos gobierno extraño tengan los hombres, más avanza en Libertad, fortalece su iniciativa y se desenvuelve su actividad…”

Hay otros dos paradigmas que hermanan a nuestro criollo Alem con el germano Kant que son sus visiones del “deber” y la “voluntad”.

En su libro “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, Kant dice taxativamente: “Los actos inspirados en el deber no tienen su valor moral en la intención que con ellos se trata de realizar, sino en la máxima en que se inspiran; no dependen, por tanto, de la realidad del objeto del acto, sino simplemente del principio de la voluntad con arreglo al cual se realiza el acto […]”. Cassirer, en el libro anteriormente mencionado, agrega al respecto: “el predicado de bueno corresponde a aquellos actos de voluntad no gobernados por un impulso fortuito y aislado, sino que se ejecutan con la vista puesta en la totalidad de las posibles determinaciones de voluntad y en su coincidencia interior. La “buena” voluntad es la voluntad de someterse a la ley […]”

En un célebre discurso en la Legislatura de Buenos Aires, en una sesión del 24 de Octubre de 1873, Alem le dice a los bonaerenses: “Al ingresar a la Cámara presté juramento porque me sentía y me siento con fuerzas para cumplir mis deberes según los dictámenes de mi conciencia y con sujeción a la razón y a la justicia […] soy partidario de la escuela que cree que el hombre debe cumplir con su deber en todas las ocasiones de la vida, y el que no sienta con fuerzas para cumplirlo, no debe aceptar puestos públicos […] ha habido jueces que han demostrado rectitud en épocas difíciles: no han hecho más que cumplir con el deber que les imponía el cargo”.


Es notable la similitud de los escritos de Kant y los discursos políticos de Don Leandro. Los dos sufrieron el escarnio y la crítica descarnada. Kant por su genialidad filosófica, su ruptura de paradigmas, su NUEVA filosofía, la filosofía que iba a nutrir con una enorme potencia el espíritu de la Alemania idealista y humanista. Fichte, uno de los grandes filósofos alemanes poskantianos, dice que le debe a Kant no sólo sus convicciones fundamentales, si no también su carácter.

Nuestro Alem también sufrió los más destructores ataques. Su ética y honestidad, volcados a su accionar político, ponían en evidencia a lo peor del Régimen. Él era el tribuno genial que llevaba a los distintos ámbitos políticos su verba inflamada, su descripción elocuente y sagaz de la corrupción conservadora que quería seguir manejando el país sin tener impedimento alguno.

Tan grande fue su sufrimiento que su voluntad kantiana no lo pudo resistir, un día de Julio de 1896 segó su vida. El Régimen debe haber festejado en algún salón dorado de un palacio afrancesado.

Leandro Nicéforo Alem, era un político de los que hoy casi no existen. Profesor de filosofía, abogado y militante radical. Un hombre de barrio que conocía de las inclemencias de la pobreza y las necesidades. Un político que leía a los grandes pensadores de su época e intentaba llevar ese pensamiento a la política real para mejorarla, para elevarla, para honrarla. Que creía que la POLÍTICA, era la herramienta más eficiente para lograr que su pueblo tenga al menos un poco de felicidad.

Muchos años los separaron, miles de kilómetros y otro ámbito cultural. Ninguno de los dos supo de la existencia del otro. Pero su idealismo los hizo luchar, a cada uno en su ámbito, por algo mejor, por enaltecer la condición humana. Tal vez no fueron los exitosos de su época, pero dejaron huellas indelebles de su virtuoso, y glorioso, vivir.

Marcelo Luis Tassara
Octubre de 2010.